Hace unos años descubrí un método de entrenamiento, con posibilidad de trabajarlo a cualquier intensidad, que me ayudó a aliviar los diferentes dolores que surgen de los gestos cotidianos, a mejorar mi postura, previniendo estos dolores, y de paso, conseguir un aumento
de fuerza y flexibilidad, el Pilates. ¿Te cuento cómo?
Cuando empecé a escuchar el término “Pilates” no tenía ni idea de lo que se trataba. Siempre se le ha relacionado con el yoga, el taichí y el aeróbic, y eso generaba confusión. Estando en la universidad, en la asignatura de Fitness nos trajeron a un instructor para probar este método, y estábamos realmente escépticos con lo que iba a pasar. Cuando empezó la clase, descubrí que el pilates era un método de entrenamiento de fuerza, pero quedé decepcionado cuando sentí que era un calentamiento para mí. Otro de mis compañeros verbalizó esta desilusión, y en instructor decidió darnos una cura de humildad. Nos pidió realizar 15 ejercicios diferentes que nadie, de los 75 alumnos, fuimos capaz de realizar.
Ese día descubrí que el método Pilates es un entrenamiento de fuerza, con la gran ventaja de que se puede adaptar y practicar a cualquier edad, en cualquier estado de forma, y la única condición limitatoria es el compromiso de el deportista consigo mismo, es quien pone la actitud, la intensidad, la carga y el volumen. Desde entonces, todas mis rutinas de entrenamiento incluyen ejercicios de pilates. Después de la clase mencionada, empecé a practicar pilates gracias a los servicios de la universidad. Como te puedes imaginar, la vida de un universitario pasa por diferentes fases, y gran parte del tiempo te lo pasas sentado en un aula, o en una biblioteca estudiando, realizando trabajos, leyendo artículos… y, seamos honestos, también hay gran parte del tiempo que te lo pasas sentado en una terraza con tus amigos, o tirado en el sofá con tus compañeros de piso.
El descubrimiento del método pilates tuvo en mí una traducción significativa. A la hora de estudiar, tenía una voz de pepito grillo en la cabeza recordándome la postura que nos había explicado nuestro entrenador, y los primeros días no hacía más que recolocarme cuando me daba cuenta de que estaba en tensión. El resultado fue que desapareció el dolor en la zona cervical, y los crujidos en el cuello cada vez que intenta aliviar la tensión que yo solo me generaba. Del mismo modo, el saber las pautas para activarme, sobre todo en épocas de exámenes, sencillos ejercicios que ocupaban máximo 5 minutos, y realizaba una vez cada hora y media, después de 8 horas de biblioteca salía perfectamente estirado y con ganas de, por fin, poder hacer algo, mientras alguno de mis compañeros salía con una mano en el culo quejándose del dolor de la espalda.
En definitiva, el pilates es un entrenamiento de fuerza, que me ayudó a adoptar una armonía muscular y un equilibrio postural, que al principio es un continuo lapsus, corrigiendo la postura continuamente, pero cuando lo automatizas, de lo único de lo que eres consciente es de los dolores que desaparecen y que antes tenías por las actividades del día a día. Nada de dolor en el cuello, nada de dolor en la espalda, nada de dolor en las rodillas. Además, el pilates es un método que se adapta a ti, y no a la inversa. Yo marco mis límites, yo marco mis ritmos, yo marco mis entrenamientos. No levanto una barra de 80 kilos esperando a que el cuerpo falle y se me pueda caer encima del pecho. En este caso, mi carga, mi aliado y mi enemigo, es mi propio cuerpo. Pero también entra en juego mi cabeza. Hoy en día, nuestra cabeza puede ser el mayor enemigo de nuestro cuerpo, ya que con el estrés del trabajo y de las obligaciones del día a día generan tensiones en nuestro cuerpo, que se transforman en poco tiempo, en dolores localizados.